Me acuerdo cuando conseguí uno de mis primeros trabajos en un estudio de diseño gráfico, veía que los diseñadores más expertos se pasaban de mano en mano una especie de talonario angosto con cientos de páginas y colores. Lo manejaban como si fuese una especie de tesoro al que debían cuidar como su propia vida. Con el tiempo me di cuenta de que lo era.
Todas las cosas impresas que nos cruzamos en la vida están hechas con solo cuatro colores: cian, magenta, amarillo y negro. Con la mezcla aditiva de esas cuatro tintas se generan las fotos en los diarios, la caja de cereales, el paquete de papitas, el folleto que te dan en una esquina, la marquesina de los teatros. Todo.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en pleno boom de consumo, Kodak notó que algunos de sus empaques salían con un amarillo más oscuro dependiendo de dónde se imprimían, lo que hacía que sus clientes optaran por no comprarlos, ya que suponían que eran viejos o falsos. Había que encontrar una manera de que el color fuese siempre el mismo. Un código, un lenguaje.
Un químico llamado Lawrence Herbert desarrolló la solución: en una punta, el diseñador tendría un talonario impreso con colores asociados a un código numérico. En la otra punta, la imprenta tendría el mismo talonario, que indicaba las proporciones exactas de tinta asociadas a ese código para lograr exactamente el mismo color.
Así Pantone estableció —y registró— un lenguaje infalible para lograr consistencia en toda la cadena de producción desde que se diseñaba hasta que llegaba a la góndola. Tan infalible y práctico resultó, que en poco tiempo se convirtió en el estándar de la industria. Si bien había algunos predecesores, la popularidad y lo oportuno de Pantone lo colocaron en una posición casi monopólica.
El amarillo de Kodak no se llamó más amarillo, ahora es Pantone 116C.
Pantone amasa año a año una gran fortuna sin vender una sola lata de tinta. Su ganancia reside principalmente en licenciar esa intermediación entre diseño e impresión, y con la venta de los catálogos físicos que tienen que renovarse cada dieciocho meses. La colección completa puede costar hasta nueve mil dólares.
Pantone fue comprado en 2008 por X-Rite por ciento ochenta millones de dólares. Esa pantonera que se pasaban de mano en mano con un cuidado extremo era efectivamente un tesoro.
El miércoles que viene te escribo de nuevo.
Ale.
Ah, mira!
Corto animado chino de una calidad altísima.
“La Gran Cita de Conej” logradísimo corto animado estilo Tex Avery moderno.
Bondis por Jose De Rocco.
Folioscopio de 1910.
Quiero ir al Museo Snoopy.
Muy interesante la historia, gracias por compartir 😃
Increible, gracias