Un joven de veintidós años comienza a popularizar su fanzine sobre rock alternativo llamado Subterranean Pop, sin saber que sus textos fotocopiados cambiarían la música para siempre.
El fanzine intercalaba mixtapes que ese joven, llamado Bruce Pavitt, compilaba en cassettes. Después de nueve números, el fanzine dejó de salir y solo se centró en la edición de esos compilados. Si bien el nivel de inversión necesario en arte y distribución lo volvió inviable, sentaría las bases e identidad de lo que vendría. Para bien y para mal.
Cuatro años después, ya establecido en Seattle, Bruce edita el primer LP recopilatorio de Sub Pop, donde empiezan a verse nombres que luego explotarían, como Sonic Youth. El guitarrista de una incipiente banda llamada Soundgarden conecta a Pavitt con Jonathan Poneman, un conductor de radio que decide invertir dos mil dólares de su bolsillo en el primer EP de la banda y otros ocho mil dólares para asociarse con Pavitt, quien pone otros ocho mil más, y así crean Sub Pop Records.
Una de las primeras ideas que funciona es el club de suscripción. Anclados en el renombre que habían generado con el fanzine, sumado a la efervescente escena musical de Seattle (donde instalaron la disquera), mucha gente se asoció para recibir todos los meses un cassette con lanzamientos de las bandas independientes de esa especie de punk-rock-alternativo que sonaba tan fresco y revolucionario. El primer envío de ese club fue el de una banda que comenzaba a generar interés llamada Nirvana.
Sub Pop no solo fue la disquera que publicó por primera vez a Nirvana, sino que se convirtió, a fuerza de creatividad, marketing y un cuerpo a cuerpo con la escena grunge de Seattle, en sinónimo y principal promotor de ese sonido que los músicos se negaban a aceptar como etiqueta. Ellos no se sentían parte de ninguna escena y había cierta tensión lógica en el aire. Nadie quería hacerse famoso en Seattle; para eso se iban a California. Las bandas que ensayaban en sótanos debajo de esa ciudad lluviosa, monótona y campestre, estilo Twin Peaks, eran mayormente conformadas por los bullineados del colegio, los nerds. Al igual que otras corrientes culturales, el empuje del grunge era ser revolucionario, contestatario, inconformista. Del otro lado estaban los sellos discográficos que —con matices— necesitaban generar un negocio rentable, etiquetar y vender.
Inspirado en antecesores como Motown, en Sub Pop entendieron que debían hacerse conocidos como marca; no debían ser simplemente un acompañante invisible, tenía que venderse la pertenencia como un valor agregado. A la vez, no despreciaban la búsqueda del hit, como cuenta el cantante de Mudhoney (para muchos, los creadores del grunge):
Nos dijeron:
“Pueden seguir cantando sobre perros y estar tristes,
pero usen solo estos cinco acordes”.
El 15 de junio de 1989, Sub Pop edita Bleach, el disco que consagraría a Nirvana con la crítica especializada y el público seguidor del género. Era un sonido arrollador, enojado, desprolijo y nuevo. Kurt Cobain, sin embargo, estaba cada vez más desencantado con Sub Pop: no se sentía valorado, no ganaban un peso y, muchas veces, tenían que poner de su bolsillo para hacer las giras promocionales. Sub Pop había crecido mucho, ganado prestigio y, si bien supo subirse a la ola de esta nueva música que ganaba mucha popularidad en poco tiempo, eran desprolijos y poco profesionales en el aspecto más administrativo del negocio.
Cansado de esperar a que le paguen la grabación de nuevas canciones, Kurt y la banda graban por su cuenta, en un tape deck barato, sin postproducción ni artificios, siete canciones. Ese cassette comienza a circular entre músicos como Chris Cornell, quien era fanático de Nirvana y estaba de novio con Susan Silver, mánager de Soundgarden y Alice in Chains. Les gustó tanto que hicieron un par de copias y, gracias a esa distribución desinteresada, llega a manos de Alan Mintz, un abogado especializado en generar acuerdos entre bandas y sellos discográficos. Mintz comienza a hacerlo circular por distintos sellos importantes hasta que Geffen Records se muestra interesado y ofrece comprar el contrato de Nirvana a Sub Pop. Geffen venía firmando con bandas de un origen parecido al de ellos, con éxito. Además, era la posibilidad de tener más difusión, más dinero, acceso a estudios y productores. A la industria mainstream, digamos.
Lentos de reflejos, los de Sub Pop llegan a un acuerdo de quinientos mil dólares que les permite pagar deudas (estaban casi en bancarrota), más un porcentaje de las regalías futuras de la banda por tiempo indeterminado. Como detalle final, piden que el logo de Sub Pop figure en todos los discos que edite la banda.
Esas siete canciones se convertirían en Nevermind, el disco más exitoso de la banda y del género. Vendía cerca de quinientas mil copias por semana y rompía todos los charts incluso destronando al rey del pop Michael Jackson. Catapultó a la banda al estrellato total y llevó consigo a un puñado de bandas como R.E.M., Pearl Jam, Alice in Chains y un largo etcétera.
Es fácil ponerse del lado de los músicos y entender a Sub Pop como los malos de la película. La verdad es que no dejaban de ser jóvenes que emprendían como podían, de una manera intuitiva, con grandes aciertos y grandes errores.
“Smells Like Teen Spirit” tiene cuatro acordes.
El miércoles que viene te escribo de nuevo,
Ale.
Ah, mirá:
Impresionante escena por Megumi Ishitani.
Es por acá eh.